Si viviéramos de esta forma todos los días tendríamos una vida intensa, vibrante, llena de gratitud. Donde cada respiro, cada bocanada de aire fresco que recibieran nuestros pulmones la agradeceríamos, cada rayo de sol que tocara nuestra piel o cada gota de lluvia que la mojara la bendeciríamos, cada palabra de amor que recibiéramos de nuestros seres queridos la atesoraríamos en nuestra memoria y en nuestro corazón, cada experiencia la veríamos como el mayor aprendizaje.
A eso vinimos a esta vida. A aprender cómo morir.
La buena muerte no es aquella que nos llega a los 90 años mientras dormimos. Ni cuando te llega porque ya te sientes muerto en vida. La buena muerte se da cuando nuestro ser se siente absolutamente satisfecho, lleno y feliz por lo que ha vivido hasta ese día, llegue cuando llegue… Cuando el momento final nos encuentra en estado de gracia (llenos de gratitud).
Cuando se ha disfrutado cada nuevo despertar, cuando se ha apachurrado lo suficiente cada abrazo, cuando se han tocado significativa y positivamente otras almas y sus vidas, cuando hemos amado profundamente y hemos tenido conciencia del maravilloso regalo que ha sido cada día, cada experiencia, cada aprendizaje, cada emoción en nuestro cuerpo.
Cuando hemos aprendido a sacar lo bueno y aprender de todos los sucesos que nos ocurren y cuando esa sabiduría la utilizamos para ayudar a otros. Cuando caminamos conscientes de cómo se siente el suelo bajo nuestros pies, cuando nos sentimos conectados a la madre naturaleza y los seres que nos rodean, estén cerca o lejos y nos duele su dolor y queremos aliviarlo porque sabemos que ellos y nosotros somos una misma energía, somos diferentes expresiones de un mismo universo.
Nos estamos preparando para morir cuando vemos el rostro de nuestro hijo recién nacido y sentimos que el corazón explota de amor, cuando lo vemos creciendo y descubriendo con enorme curiosidad y emoción cada nueva habilidad y nos emocionamos y sorprendemos junto con él… Cuando entregamos cuerpo y alma a nuestra pareja y nos fusionamos en uno sólo, vislumbrando por un pequeño instante ese gozo profundo de la conexión con Dios. Cuando expresamos nuestras ideas y valores y somos coherentes con ellos, aceptando que otros puedan pensar de otra forma y amándolos igual.
Aprendemos a morir cuando, frente a una adversidad, sentimos el amor de otra alma que nos dice: “estoy aquí a tu lado y quiero ayudarte a sobrellevar esto” y aún más cuando nosotros somos esa otra alma que ofrece apoyo. Cuando la gratitud nos inunda en las noches al pensar en todas las pequeñas bendiciones que tuvimos ese día. Cuando nos despedimos de quien parte sin guardarnos nada del amor que queremos expresarle.
Nos estamos preparando para morir cuando olemos el aroma de las palomitas recién hechas y anticipamos el momento de disfrutarlas con alguien y luego, saboreamos cada puño como si fuera un manjar de dioses. Cuando, al escuchar la música, permitimos que el cuerpo brinque a la pista y exprese su alegría de estar vivo, cuando dejamos que fluyan las emociones cantando a todo pulmón en la regadera o el coche. Cuando el perro nos hace fiestas y nos llena de cariño incondicional cuando llegamos a casa y podemos sentir su gozo en nuestro corazón.
Aprendemos a morir cuando nos subimos a una montaña rusa, o nos aventamos de un paracaídas y disfrutamos el vértigo porque nos hace sentir más vivos. Cuando sentimos el agua tibia en el mar y flotamos apaciblemente, fluyendo con la vida, cuando salimos a hacer ejercicio y sentimos cada parte de nuestro cuerpo esforzándose… Cuando nos doblamos de la risa con los amigos, si escuchamos y empatizamos cuando nos hablan, cuando tomamos de la mano a nuestros padres y les agradecemos la oportunidad de estar aquí, aprendiendo a morir viviendo.
Aprendemos a morir también cuando fluyen en nosotros la tristeza o el enojo, no los resistimos y los dejamos enseñarnos lo que necesitamos aprender.
Nos preparamos para morir cuando tenemos la conciencia de que todo esto es sólo un momento, que va a terminar, dando paso a otra faceta de nuestro espíritu que hoy no sabemos cómo será, pero tenemos fe en que será Un gran paso hacia el amor absoluto. Mientras más nos hayamos preparado en esta vida para morir y llegar allá plenos, satisfechos, bien vividos y habiendo dejado ese gozo de vivir y conciencia de prepararse para morir en los que aún permanezcan en esta dimensión, más satisfactoria será la experiencia de trascender este plano. Yo lo creo.
Así que recuerda esto cada mañana: Prepárate para morir, celebrando la vida al máximo TODOS los días!