Este año, como un altísimo porcentaje de la población, arranqué con la firme convicción de cuidarme más y hacer del ejercicio parte de mi ritual de las mañanas… Tengo la esperanza de que esta vez, finalmente se quede instalado como un hábito y no se desvanezca el ímpetu a las 3 semanas… ¡échenme porras!
Hace poco mi familia y yo nos cambiamos de casa, este conjunto cuenta con un pequeño gimnasio, el cuál estoy decidida a aprovechar, y estas últimas dos semanas así lo he hecho, arrancando mi día a las 5:45 a.m. con el soundtrack de “El Gran Showman” como motivador adicional en mis audífonos (Si, soy fanática de los musicales). Para mi sorpresa, a esas horas hay un vecino súper sporty que está ya haciendo ejercicio cuando llego.
Las primeras mañanas todo fluía muy bien, pues yo pedaleaba la elíptica al ritmo de “This is me” en mis audífonos, mientras él hacía lo suyo en silencio, pero recientemente él decidió llevar su propia bocina… bocina, no sus audífonos. ¡Una bocina!
Quizá yo, que no he sido jamás dada a ir a ningún gimnasio, estoy desconectada del protocolo que aplica en estos lugares, pero su música a todo volumen, no me permitía escuchar mi música en mis audífonos. Por más que subí el volumen, llegaba un momento donde ya me era molesto y seguía escuchando la música de sus bocinas bastante fuerte al fondo… cabe aclarar que su música y el ritmo de la misma no me encantaba ni me funcionaba para llevar el paso que yo puedo llevar en estos días de principiante…
A donde quiero llevar esta reflexión es a lo siguiente:
Las historias que nos contamos y los juicios que hacemos de inmediato: En este caso, empecé a generar en mi cabeza un cuento de un macho insensible, desconsiderado y sangrón, a quien no le importaba pasar por encima de los derechos de los demás, ni tenía la mínima educación cívica para una convivencia armónica en comunidad (¡Todo eso me contaba la loca de mi cabeza!).
Las expectativas irreales que generamos de los demás: En mi caso, yo esperaba que el sujeto en cuestión se diera cuenta de su desconsiderada actitud, o adivinara que yo estaba sufriendo y que entonces rectificara bajando su volumen para no molestarme… y de paso, quizá hasta pidiera una disculpa por no haberlo hecho antes…
Rumiamos corajes: Al no cumplirse mi expectativa, creció en mi la indignación, y el segundo día llegué a la defensiva, pensando: “A ver si hoy si se da cuenta”… pero no, la cosa siguió igual y mi coraje iba en aumento. “¡O sea! ¡Ya se le va a hacer costumbre! ¿O me soplo su música o voy a tener que venir en la noche? ¡No puedo creerlo!”
Nos quejamos: Por supuesto llegué a comentar el punto con mi marido y uno de mis hijos, quienes igualmente indignados, me dijeron que a ellos ya también les había pasado algo similar, y mi indignación se vio validada y retro-alimentada con la de ellos…
No hacemos NADA al respecto: Cuando supe que a ellos también les había sucedido algo igual, inmediatamente pregunté: “Y no le han dicho nada????”, como pensando que ellos, por ser hombres, tendrían que haber tenido el valor de confrontar al maleducado vecino y así haberme evitado a mí el tener que sufrir lo mismo, a lo que ambos me dijeron que no… Luego pensé “Pues a alguien se le debería haber ocurrido poner eso en el reglamento del gimnasio.” Fue entonces que me cayó de zopetón la conciencia que me dijo “Y tú, por qué no le dices al susodicho?”….
Esta mañana, al llegar al gimnasio, de nuevo estaba el vecino con su bocina muy alta… Después de darle los buenos días y antes de subirme a la elíptica, le dije: “Oye, te puedo pedir de favor que le bajes un poco a tu bocina? Es que está tan fuerte que no puedo escuchar yo la música de mis audífonos…” Acto seguido, abrió los ojos grandes y claramente avergonzado corrió a bajarle y me dijo: “Si, claro! Tú dime qué tanto necesitas que le baje”… y ¡ASUNTO ARREGLADO!
Ni es un patán, ni es sangrón, ni es desconsiderado… simplemente no adivina el pensamiento y no tenía conciencia de que, aún con audífonos, yo seguía escuchando su música… ¡Al que no habla, Dios no lo oye!
Este “insignificante” suceso me lleva a pensar:
¿Cuántas veces seguimos este mismo proceso que genera malestar en nuestra vida cotidiana? ¿Con nuestra pareja, con nuestros hijos, nuestros jefes, nuestros servidores públicos?
¿Cuántas veces te has contado historias negativas tú solito y juzgado duramente a otras personas o situaciones con apenas una primera impresión o con tu visión parcial?
¿Cuántas veces has generado expectativas irreales, esperando que otros piensen como tú crees que deberían pensar, actúen como tú crees que deberían actuar (que nadie tiene la obligación de hacerlo, por cierto) y no te preocupas por comunicarte efectivamente y transmitir lo que necesitas, o peor aún, esperas que te adivinen el pensamiento?
¿En cuántas ocasiones te quedas rumiando corajes, creciendo incomodidades, acunando resentimientos y lleno de malestar porque TU expectativa no se cumple tal y como tú la sueñas?
¿Cuántas veces has sido parte de alguna queja colectiva por algo para lo que nadie hace nada por cambiar? ¿Cuántas veces consideras que es responsabilidad de alguien más cambiar las cosas y no asumes tu propia responsabilidad en buscar tu bienestar?
¿Cuántas veces nos ahogamos en un vaso de agua cuando la solución es sencilla y a nuestro alcance?
¡SOPAS! Creo que este “Pequeño” incidente es un ejemplo clarísimo de cómo muchos funcionamos a veces, ¿No crees?
Lecciones y cómo cambiarlo:
- Confiemos más en la naturaleza buena de las personas, no asumamos de inmediato lo peor. Démonos la oportunidad de experimentar más. No brinquemos a conclusiones ni seamos jueces tan implacables. Recuerda que tus juicios de valor sobre los demás hablan más de ti que de aquellos a quienes juzgas.
- Recuerda que NADIE tiene la obligación de hacerte feliz, esa responsabilidad está sólo en tus manos, nadie es adivino ni tiene la obligación de cumplir tus expectativas. Mantén tus expectativas realistas y flexibles. No esperes que los demás adivinen lo que necesitas, aprende a comunicarte efectiva y asertivamente.
- Deja de alimentar el coraje y el resentimiento. Trabaja en soltar el enojo… cultivarlo simplemente te amarga (literalmente acidifica tu PH) y te enferma. Además de que te quita poder y energía.
- Si una situación no te gusta, haz algo para cambiarla, o cambia tú. No esperes a que alguien más te solucione la vida. Tu bienestar depende de ti. No te quejes, mejor propón soluciones y ponlas en acción.
- Aprende a pedir lo que necesitas.
Cuando te sientas incómodo con una situación o te escuches quejarte, haz un alto y analiza qué estás haciendo tú para provocarlo y qué estás haciendo tú para cambiarlo.
Recuerda que: “Al que no habla, Dios no lo oye” y “En el pedir, está el dar”…
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